La resiliencia, en el ámbito de la psicología, se define como la capacidad que tiene una persona para afrontar, superar y adaptarse positivamente a situaciones adversas, trauma, estrés o desafíos significativos. Esta habilidad no implica la ausencia de dificultades o sufrimiento, sino la manera en que el individuo logra sobreponerse a ellos, desarrollando recursos internos que fortalecen su bienestar emocional.
Desde una perspectiva psicológica, la resiliencia no es una característica innata, sino un proceso dinámico que puede desarrollarse a lo largo de la vida (a través de experiencias personales). Factores como la autoestima, el apoyo social, las habilidades de afrontamiento y la regulación emocional juegan un papel crucial en su construcción. La psicología positiva, en particular, ha estudiado ampliamente este concepto, destacando la importancia de cultivar fortalezas personales como la esperanza, el optimismo y la gratitud, que permiten enfrentar las dificultades con una actitud más constructiva.
También se han identificado ciertos factores protectores que fomentan la resiliencia, entre ellos se encuentran tener vínculos afectivos seguros, contar con modelos a seguir positivos, y poseer un sentido de propósito o metas claras. Estos factores no solo permiten resistir la adversidad, sino que también promueven el crecimiento postraumático, es decir, el desarrollo personal que puede surgir tras experiencias difíciles.
Es importante señalar que la resiliencia no implica una invulnerabilidad emocional. Las personas resilientes también sienten dolor, tristeza o miedo; sin embargo, son capaces de gestionar esas emociones sin que las definan o paralicen. En este sentido, la resiliencia se convierte en una herramienta fundamental para la salud mental, ya que permite a los individuos recuperar el equilibrio emocional tras una crisis y continuar con sus vidas.